¡LLÍVIA TIENE PODER!
Nos vamos de concierto a la Cerdanya con Petitet y su Orquesta Sinfónica, el insólito combo que el rumbero de la calle de la Cera puso en pie en 2017 tras prometerle a su madre que llevaría el género al Liceo. Desde entonces, él y su troupe siguen en el tajo. De camino, una crisis de la enfermedad debilitante que padece Petitet deja el bolo en suspenso.
Texto de Pepe Albert de Paco
Son las 8,50 de la mañana y Petitet aguarda en la terraza del bar O’Barazal, en la avenida del Paralelo, junto a su hija Triana y su yerno, Toni, un gitano parisino que pasaría por modelo de Versace. El establecimiento es lo que él llama su oficina. Su presencia aquí es tan habitual que en la imagen de Google Street View de esa dirección se le ve de espaldas. El road manager, Joan Antoni Barjau, carga en el maletero del autocar la silla de oficina de Petitet. “Papá, que no hace falta que la llevemos, que en el Ayuntamiento de Llívia nos pueden dejar una.” “Como la mía, no.”
A las 9,20 llega el último de los veintitrés músicos que forman la troupe y salimos rumbo a la Cerdanya. Petitet toma asientos (con ‘s’, sí) en la fila del fondo.
Lleva consigo el respirador portátil con el que combate las crisis de su miastenia gravis, la enfermedad incapacitante que desde hace siete años le socava la fuerza muscular, y que en los últimos días le ha postrado en varias ocasiones. La altitud de la población, 1.200 metros, no es el mejor de los augurios.
11.00. Petitet toma la palabra y empieza a hilar anécdotas del añorado Onclo Paló, rumbero fino. “Cuánto lo echo de menos. ¡Lo que me llegaba a reír con él! Una vez nos invitaron a TV3, y le dije que si nos invitaban a tomar algo en el bar, se moderase, no fuera a ser que nos tomaran por unos muertos de hambre. ‘Sobriedad, Paló, sobriedad.’ Y cuando el camarero nos toma nota, el Paló pide una tostada con una loncha de jamón cocido y un agua. Y me mira como diciendo: ‘¿Esto era, no?’. Y yo: ‘Muy bien, Paló, així m’agrada, sobrietat’. En eso que el camarero me pregunta: ‘¿Y usted?’. ‘A mí, le digo, me pones un entrecot bien jugoso acompañados de patatas fritas, cuantas más mejor. Ah, y una cerveza, la más fría que tengas’. La cara del Paló. Y el grito que pegó cuando el camarero empezó a enfilar para la cocina: ‘Esperiiiii!’.”
12.30. Conforme a los usos de una vida remota, en que la prensa anunciaba la llegada a puerto de las celebridades, el director de Radio Pirineus, Emili Carrillo, recoge a Petitet a la entrada de Puigcerdá y lo acerca en su utilitario a la emisora. Allí le entrevista el único locutor del medio, que también es Carrillo. Antes de entrar en la pecera se da un chute de oxígeno; como temíamos, el agotamiento ha empezado a hacerle mella.
13.30. En la Sinfónica debutan esta noche Maria Cruz (saxofón) y Marina Planellas (trombón), que componen, con el cubano Abel Heredia (trompeta), la sección* de viento. Maria y Marina son jóvenes, menudas y eléctricas. Se enrolaron en la banda el lunes y hoy es miércoles. El grupo las ha acogido con un agrado que raya en la ternura, máxime después de que llegaran al ensayo con la partitura trabajada, lo que en estos pagos no es muy común. Por la sonrisa que les asoma cada poco y el entusiasmo que irradian, diríase que recordarán este día durante muchos años.
15.00. El Cocho, uno de las dos voces masculinas de la banda, debía sumarse al tour viajando desde Lleida, donde ha pasado la noche, pero una avería en su auto se lo ha impedido. Barjau consulta una web de autobuses y le sugiere que tome el de las 15.30 hasta La Seu, y desde allí otro hasta Puigcerdá. Una hora más tarde anuncia su baja definitiva en el concierto, lo que pone a la Sinfónica en un brete. Yumitus, el otro cantante, está aquejado de una severa afonía y a duras penas podrá hacerse cargo de sus temas, así que los guitarras Jack Tarradellas y Roger Lozano se tienen que repartir el resto. Una teología del contratiempo.
Iván Santaeularia, pianista, descansa. Jack Tarradellas practica.
16.00. La iglesia de la Mare de Déu dels Ángels es un edificio del siglo XVI cuyo principal atractivo es el portal, de estilo renacentista. El espectáculo del Petitet tiene una cierta reminiscencia eucarística, por lo que el escenario no desentona en absoluto. El problema es la reverberación (el reverb, en jerga) como evidencia Laura Santos al arrancarse por El triunfo. Un retumbo sobrenatural, como es de rigor que suene la palabra de Dios. El técnico de sonido, Gerard, se las habrá de componer durante la tarde para tratar de mitigarlo.
20.45. Al cineasta Carles Bosch, director de la extraordinaria Petitet (2018), el concierto le ha pillado en la región y se ha acercado a verlo. Entre las muchas dificultades que hubo de enfrentar el rodaje del documental, se cuenta una ciertamente llamativa, cual es la sobreactuación del Petitet. Bosch lo detectó de inmediato y le metió en vereda: “Con que seas tú me basta”. (en la foto pequeña, Carles Bosh con Joan Antoni Barjau)
Los músicos finalizan el ensayo y Petitet habla con Candeli, que interpretará su canción al final del recital. Triana, la hija de Petitet sostiene el aparato de oxígeno y Toni, su cuñado, a la derecha de la imagen.
21.15. Los músicos entran. Ellos visten de smoking y ellas de largo. Maria y Marina han optado por un conjunto de blusa y pantalón holgado. Si hay algo que no consiente Petitet es el desaliño. No en vano, una de sus sentencias más recurrente es “la rumba es señora”, lo que extiende el señorío a los rumberos. Al pianoman, Iván Santaeularia, le costará una bronca el olvido de la pajarita.
22.10. Al acabar la tercera canción, Limón, Petitet se vuelve hacia las 300 personas que llenan el recinto (como director de orquesta, actúa dándole la espalda al público) y les dirige unas palabras. “Sintiéndolo mucho, hoy no estoy bien. Como algunos ya sabéis, padezco una enfermedad debilitante que se llama miastenia gravis y el tratamiento que me aplican cada dos meses me está dejando de hacer efecto. El caso es que hasta dentro de quince días no me pueden volver a tratar porque hacerlo antes tendría efectos nocivos. Es así, no hi puc fer res. Habrá concierto, pero tendré que actuar sentado y con la máquina de oxígeno sobre la mesita; nadie se alarme si cada tanto me aplico el respirador.”
Un aplauso que proviene del fondo de la iglesia acaba prendiendo y se hace la ovación.
El estremecimiento deja paso a las ganas de fiesta, que se irán haciendo más y más ostensibles hasta que, con La noche del hawaiano, sea el Cristo Crucificado el único que no se agite.
23.45. Gitana hechicera y Sarandonga abrochan la despedida y los llivienses bailan arrebatados, con el alcalde Elies Nova dirigiendo el arrebato desde la fila 0.
Los músicos van desfilando uno tras otro por el pasillo central sin dejar de tocar, en una suerte de saints go marching in que por un instante hermana Llívia, el Raval y Nueva Orleans. Sobre el escenario queda Petitet, rendido y feliz.
03.30. El autocar nos devuelve al mismo punto del Paralelo en que nos había recogido 18 horas antes. Barcelona es un horno húmedo y mal iluminado, indiferente al cansancio de 22 rumberos en desbandada.
04.00. Maria, en su Instagram: “¡Seccionaca!”.*