SIESTA
Con seis minutos es más que suficiente. Un break para que el cerebro desconecte y se inunde de serotonina. ¿Habrá todavía quien la practique de “pijama, Padrenuestro y orinal” como sentenció Camilo José Cela? Para disfrutar de los benditos beneficios que la medicina proclama, no haría falta. Esta costumbre tan española solo requiere del tiempo necesario para que el lápiz que uno sostiene se escurra entre los dedos.
Luisa Galfetti de Valls. París
Ana Viladomiu, escritora. La Pedrera, Barcelona
Isabel Coixet. Cineasta, Barcelona
Salvador Dalí preferiría una cucharilla. Después de comer, se sentaba erguido, expresamente incómodo, para esperar que la somnolencia lo indujera al duermevela. Cuando la cucharilla impactaba con el suelo, el estallido lo despertaba. Y así, el genio ampurdanés, corría regocijado a anotar las imágenes surrealistas –nunca mejor dicho– que habían inundado su mente y aún estaba a tiempo de recordar. A Dalí el duermevela le extasiaba, lo dijo y lo dejó escrito, decía que era un momento absolutamente mágico, de lo más creativo.
Llevo años irrumpiendo en estudios, salones, pisos, talleres, a la búsqueda de siestas. Siestas de personas que me gustan, que me atraen, que me interesan, de las que quiero absorber un pellizco de su mundo. Quizá haya llegado a ello como consecuencia de mi pavor al retrato convencional, una huida a ese temido momento en que el retratado te pregunta: “¿Qué hago?” y tú te tensionas más que él.
Federico Correa, arquitecto. Barcelona
Julia de Castro, artista multidisciplinar. Roma
Bendigo esta costumbre sureña por haberme brindado la solución a ese problema. Gracias a mis siestas –me vale cualquier modalidad, larga, corta, pijama, batín, traje– el protagonista de mi foto se relaja en la posición que él escoge y en un lugar familiar, cotidiano, confortable, y se olvida de mí. Queda rodeado de objetos que ama o ha olvidado que amó, objetos que cobran vida casi como los juguetes de Toy Story, así lo percibo yo al revelarlos digitalmente, cuando los miro y remiro y siento que cobran voz y hablan del personaje, del tiempo que llevan allí, reclamando un rol más que secundario.